Es hora de celebrar la Navidad y qué mejor forma que escribir un artículo sobre los petirrojos. Y aquí me refiero al petirrojo «original» o «propio» – el petirrojo europeo, Erithacus rubecula – un paseriforme euroasiático que también se encuentra en el norte de África y es (convencionalmente) considerado como el único miembro de su género.
El petirrojo (Erithacus) tiene unos 12-14 cm de largo, tiene una envergadura de aproximadamente 20-23 cm, y carece de dimorfismo sexual. El petirrojo (Erithacus) es famoso por su pecho rojo o anaranjado; este gran área de color brillante se extiende sobre la cara y tiene a menudo franjas de color gris. En la parte superior tiene como una especie de color marrón oliváceo.
El petirrojo es normalmente un pájaro de bosque caducifolio. Huye de los espacios secos y en cambio le encantan aquellos bosques cargados de hojas verdes y comestibles (aunque su alimento son los insectos). Por otro lado, a los petirrojos les encantan los espacios bajos y comer en el suelo, por eso cuanto más verde contenga éste, mucho más le gustará.
El aumento de arbustos, setos y jardines alrededor de las casas han animado a los petirrojos a acercarse a los humanos. Aunque ese acercamiento se produzca más en invierno, que es cuando a este pajarito le interesa más sociabilizarse.
En Inglaterra siempre se ha respetado a los petirrojos, es por ello que simboliza la Navidad (es muy usado en las postales navideñas), puede ser por los colores que tiene y que es muy similar al uniforme que llevaban los carteros británico en la época victoriana. A estos carteros se les llamaba «Robin», que significa petirrojo en inglés. Este pájaro era el que traía las noticias a las familias de los marineros que surcaban los mares.
Así se convirtió en un símbolo, como se puede comprobar en esta esta tarjeta de navidad inglesa de 1934.
En la zona norte de Gredos podrás encontrar numerosos ejemplares de petirrojos, especialmente si vienes a nuestro Hide para la observación de aves que se encuentra dentro de nuestro hotel.
¡Ven a visitarnos!
Fuente: https://blogs.scientificamerican.com